20 oct 2013

"Las Palabras", una declaración de amor a la verdad

Palabras. ¿Necesarias? ¿Todas? Depende; solo las precisas, solo las honestas. 

Cuando se inventaron las palabras... ¿para qué fue? Supongo que el ser humano se encontró con la necesidad de trasmitir cosas que ningún gesto o acción conseguía reflejar correctamente. Yo me imagino ese momento solemne en el que sonido y concepto de pronto convivían en el aire que separaba labios y orejas, y me parece sentir la urgencia de un ser que ansiaba con tanta intensidad ser comprendido que consiguió extraer imágenes de su interior y convertirlas en sonidos cada vez más complejos, llegando al punto de inventar palabras como "alma". ¡Qué necesidad tan grande tuvo que llevar al descubrimiento de esa palabra! ¿Os imagináis?

Trato de recordar la última vez que usé la palabra "alma". Seguramente fue para decir algo como "lo siento en el alma", "me parte el alma"... y me da un poco de vergüenza reconocer en esas expresiones un pequeño triunfo de la retórica vacía frente a la verdad de los sentimientos. "Lo siento", sí, pero "¿en el alma?".
Las palabras, poco a poco, han ido pasando de ser un puente entre corazones a convertirse en herramientas, en adornos vacíos, en disfraces o, en el peor de los casos, directamente en armas, dando además la sensación de que no importa, que no hay consecuencias, que las palabras pueden ser violadas y mutiladas con total impunidad. Políticos, periodistas, artistas, amantes, charlatanes en general... a veces, escuchando entrevistas o comparecencias uno se pregunta: ¿cómo no revientan?

Pablo Messiez, cortejador profesional del lenguaje, inventa en su última creación (Las Palabras) un universo en el que por fin  tiene lugar esa ansiada revancha y las personas enferman de palabras para, posterior y literalmente, reventar.
La puesta en escena es sencilla y cruda, sin adornos que nos alejen del apocalipsis moral de un mundo reflejo del nuestro; una dramaturgia que se apoya, como es habitual en Messiez, en el texto y en los personajes, en la historia y en la búsqueda de la mejor manera de contarla. Como de costumbre, acierta: a los personajes de "Las Palabras (una historia de amor)" se les entiende simultáneamente con la cabeza y con el corazón; enternecen con la verdad de su lucha por comprender y comprenderse.

Estefanía de los Santos le da tierra a este experimento de realismo mágico, magnífica como encarnación del pueblo llano, con una interpretación soberbia que engancha desde el primer momento. Es un auténtico placer asistir al recorrido de su personaje, que parte desde el recelo, la suspicacia y la agresividad para dejar que se derrumben escena a escena todas las barreras y dejarnos ver algo que todos llevamos dentro: un ser aislado, sediento de contacto humano.
Fernanda Orazi, como siempre que se sube a un escenario, fascina con cada palabra que sale de su boca y con cada silencio que llenan sus ojos. Creo que es la actriz que mejor sabe expresar el conflicto interno que todos tenemos entre corazón y mente, entre lo que sentimos y lo que pensamos que debemos sentir. Es un placer asistir a esa lucha.
Ya me había sorprendido muy gratamente Javivi Gil Valle en la versión de Hamlet dirigida por Will Keen de hace un año, bordando un perfectísimo Polonio. Aquí, bajo la batuta de Messiez, dibuja a un personaje emocional y emocionante que trata de entender y curar, para acabar entendiéndose y curándose.
Marianela Pensado es, en todos los montajes que he visto, la encarnación de la ternura; en esta ocasión, desde la imagen de la mano amiga, enfermera de corazones desahuciados, emocionante en su sencillez.
Finalmente, Alicia Câlot, con el personaje más enigmático de los que deambulan por este apocalipsis, se convierte en la voz del dramaturgo, en un Horacio particular de esta tragedia que desde el principio nos atrapa con honestidad y una gran sensibilidad que se deja ver en pequeños gestos a lo largo de toda la obra. El añadido al título (una historia de amor) es, en mi opinión, no solamente una descripción del romance entre los personajes de Javivi y Fernanda, delicioso en sus vaivenes, sino una auténtica declaración de intenciones del autor respecto al lenguaje. Hay amor en la forma de escribir y dirigir de Pablo Messiez y es por ello que sus mensajes (nunca hay uno solo) llegan con tanta fuerza y verdad.

Las moralejas, las conclusiones, los epílogos, los dejo a discreción de cada espectador, como también hace Messiez. A mí personalmente me dejó con una agudiazada conciencia de responsabilidad cada vez que planeo abrir la boca, una sonrisa en los labios recordando numerosos momentos de la obra y un eco amable de palabras honestas que tardará mucho tiempo en desaparecer de mi cabeza.

De corazón, gracias por su visita

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