27 sept 2013

Ubu Roi: la explotación del teatro

Nada más entrar en la sala sabía que iba a ver algo especial: una escenografía blanca, impoluta, inmaculadamente ordenada era el perfecto lienzo donde perpetrar el "action painting" teatral que supone la obra de Alfred Jarry.


Debo reconocer que Ubu Rey ha estado en lo más alto de mis preferencias teatrales desde que tuve ocasión de gozar con su irreverente y grotesco realismo; y sí, digo realismo porque en el fondo se trata de eso: un realismo expresionista, de esos que retratan las emociones de lo oculto con trazos gruesos, inmediatos e impredecibles. Alfred Jarry, escatológico y hedonista, levanta las faldas de la realidad prefabricada para mostrarnos las bambalinas de lo "socialmente correcto", desnuda a Shakespeare de metáforas, mancilla las palabras, las llena de "mierdra" y lo hace todo con tanto disfrute que no puedes evitar contagiarte de su juego enfebrecido.



Declan Donnellan ha sido capaz de ver todo esto y mucho más; de hecho, ha sido capaz incluso de reinventarse, convirtiéndose en un genial titiritero que hace desfilar trama y personajes por todo el escenario a golpes de cachiporra. No es de extrañar que varias de las mejores versiones de Ubu que se han representado fueran funciones de títeres; en esta obra hay algo de niño ensimismado, jugando con sus muñecos en la soledad de su cuarto, y eso es exactamente lo que vio el público del María Guerrero.
En realidad todo se reduce a una cuestión de contrastes: si quieres enfatizar el rojo, pones un fondo verde; si quieres sacar a la luz la "mierdra" que tapa el convencionalismo hipócrita de la sociedad perfecta... deja que un adolescente inadaptado y resentido nos preste sus ojos por unas horas.
De sus anteriores propuestas se mantienen el cuidado del texto, la verdad de las acciones, la confianza en el actor y el destierro de lo obvio.
Genial la dirección, geniales los actores, alternando incansablemente entre la farsa de la perfección y la perfección de la farsa, pasando sin transiciones de las páginas de una revista de decoración de interiores a las viñetas mugrientas de una sátira para adultos, manteniendo en cada uno de esos mundos la atmósfera adecuada con una energía corporal asombrosamente precisa. No resaltaré la labor de ninguno, porque están todos igualmente soberbios: Xavier Boiffier, Vincent de Bouard, Camille Cayol, Christophe Grégoire, Cécile Leterme, Sylvain Levitte... todos son perfectos tanto en su faceta de perfectos anfitriones/invitados como en el alter-ego "marioneta" que declama el texto de Jarry al más puro estilo Punch/Judy.

En un momento en el que el teatro peca mucho del narcisismo de lo prescindible, Ubu Roi de Declan Donnellan fue, en definitiva, una auténtica fiesta del teatro con un solo protagonista: Ubu.
La escenografía (Nick Ormerod), aparentemente conservadora y aséptica, era reconvertida una y otra vez jugando mano a mano con un diseño de luz (Pascal Noel) tan vital y activo que podríamos considerarlo un actor más, transformando una y otra vez el espacio escénico para llevarnos del salón de una casa a las mazmorras de Ubu o a las tormentas de nieve en la estepa rusa, tan adecuada en todo momento que te olvidas de que está ahí salvo en los momentos mágicos en los que es el entorno quien debe contar la historia. Las proyecciones y el vídeo existen solo porque son imprescindibles, las coreografías de movimiento nos sumergen en un mundo irreal de verosimilitud irrefutable, los elementos de utilería transitan entre ambos mundos con tanta creatividad como eficiencia, todo conforma una orquesta de virtuosos que solo destacan cuando llega un solo.

Finalmente, el elemento que convierte todo esta explosión teatral en una joya del género: el público, en todo momento presente, en ocasiones increpado y siempre activo como uno más de los ingredientes con los que Donnellan se permite jugar, enfundándose en un disfraz grotesco para exprimir hasta la última gota del violento carnaval al que nos invita Jarry.

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